Con frecuencia vemos ataques a la Iglesia, a la familia, a la libertad, etc. La reacción natural es sentirse molesto, indignado. En ese momento tenemos dos opciones: dejarnos llevar por el desánimo y la resignación o desear hacer algo por cambiarlo.
No cabe duda de que la mejor opción suele ser la segunda, pero tiene sus peligros. El activismo es necesario, pero ha de hacerse bien. Es decir, debe tener unos fines legítimos y emplear para ellos unos medios proporcionados y lícitos.
Muchas veces es difícil encontrar la manera de canalizar ese impulso por construir un mundo mejor. Nos enfrentamos a muchos obstáculos y es fácil sentirse impotente. El Yunque se aprovecha de ello. El Yunque se alimenta del mal y de la falta de medios para hacerle frente.
Desde las asociaciones tapadera de esta sociedad secreta se ofrecen vías sencillas para protestar. Ponen el activismo a «un clic». Hacen que cambiar el mundo parezca tan simple como bajar a la calle a gritar o insertar algunos datos en un formulario.
Ahora, querido lector, podría preguntarse: “¿Cuál es el problema? ellos me dan el medio para lo que busco, y manifestarse o firmar no es malo”.
Ciertamente, manifestarse o firmar no son actos intrínsecamente malos. Son meros instrumentos que por sí solos carecen de calificación moral. El quid de la cuestión está en cuáles son las consecuencias de esa manifestación o de esa firma.
Llegados a este punto cabe hacerse algunas preguntas:
Actuar tiene sentido si con ello se va ha hacer el bien, de lo contrario únicamente se malgastan energías y muchas veces se contribuye -aunque involuntariamente- a fomentar aquello contra lo que se lucha.
Hacerse estas preguntas cobra un especial sentido en estos momentos en que el panorama político en España hace prever tiempos difíciles en los que se mezclen multitud de intereses.
No cabe duda que la opinión de los ciudadanos será determinante a la hora de que los políticos lleguen a unos u otros acuerdos, pero no podemos permitir que del mal que unos u otros partidos puedan pretender se alimente una sociedad secreta anticristiana, que lejos de ponerle fin lo acrecentará.
Entre unos y ceros. Apasionado de la comunicación, el marketing digital y la programación; de la montaña y el ciclismo -si van de la mano, mejor-. Cubrí el último Cónclave.