En primer lugar, El Yunque está mal porque atenta contra el Primer Mandamiento. La “primordialidad” que juran se convierte en idolatría. Cualquier asunto queda supeditado al «bien» de su organización. Para ellos, el fin justifica los medios, y las personas y el bien común dejan de ser fines en sí mismos. Esto les provoca un grave problema de discernimiento moral (Cfr. san Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, n. 72).
En segundo lugar, porque atenta contra el Segundo Mandamiento. Su juramento es inválido e ilícito, como ya han recordado varios obispos. Nadie puede jurar esa primordialidad, reserva (que es secreto, de facto) y obediencia (por encima de la conciencia). Y mucho menos atentar contra otros mandamientos bajo la premisa de que el fin justifica los medios. Tampoco es lícito constituirse en «jueces justicieros» o «implacables», como han acostumbrado a decir los presentes en la ceremonia de juramento.
En tercer lugar, porque atenta contra otros Mandamientos como consecuencia de lo anterior. Por ejemplo, contra el cuarto, ocultando su situación o robando a sus padres; o contra el octavo, mintiendo para ocultar su pertenencia o para conseguir algo para su organización.
Además, El Yunque está mal porque tiene una visión distorsionada de la forma de actuar de los laicos en la sociedad y de la propia figura de Jesucristo, como ha recordado un obispo. Caen en errores vistos frecuentemente a lo largo de la Historia como son:
Tienen un funcionamiento como secta y ellos mismos reconocen que son una masonería blanca. Y la masonería está continuamente condenada por la Iglesia, no sólo por sus fines, sino también por su funcionamiento y por los medios empleados (Cfr. León XIII, Enc. Humanum Genus, n. 9).
No es lícito operar secretamente al margen de la Constitución (el orden establecido por la Sociedad) y de la Iglesia, sin constituirse jurídicamente y/o canónicamente. Obviamente, todos los elementos citados de su organización secreta son el polo opuesto a un buen gobierno corporativo.
Por último, mencionar que El Yunque hace el mal a dos niveles: hace daño a muchas personas concretas (las que se desvinculan, las que les descubren o las que simplemente les estorban en sus planes); y hace daño real sobre el bien común (la opinión pública, el clima social y en último término las leyes de los países o las resoluciones de organismos internacionales) no sólo en España sino en los países de Iberoamérica y del resto de Europa.
Concretando más algunos daños sobre el bien común: